lunes, 5 de noviembre de 2012

Cinco cabezas. Parte I

Hola amigos.
Hace poco expliqué quien era José Hierro. Fue un gran poeta. Y para que conozcáis un poco su trabajo, os dejo la primera parte de "Cinco cabezas", una obra formada por cinco partes, cinco cabezas. Cada cabeza cuenta una historia distinta, y no voy a contar nada más porque quiero que disfrutéis con ella. A mi la verdad es que me gustó bastante :)


Cinco cabezas
Cabeza I
ESTA CABEZA HA ROZADO LOS LECHOS DE TODOS los ríos. Ha rodado por los siglos de los siglos, esta cabeza rodada, canto rodado, tajada por un rayo de espada para purificarle, en Asiria, en la Europa de la Guerra de los Cien Años, en la selva amazónica. La secaron los soles del desierto, la royeron los buitres, la pulimentó la intemperie. Esta cabeza fue arrancada de un beato mozárabe, de una Danza medieval de la Muerte, obispo, rey, guerrero, siervo. La arrancó de su lugar exacto una mano del otro lado de la vida. La capturó un muerto, un ángel, alguien que la miraba y la representaba desde el lado de allá de la laguna, igual que la contemplan los muertos, los que ya son materia pura, agua de ruiseñores, cristal de brisas, lágrima de estrella, los que ven a los vivos como podredumbre y horror. Alguien la ha visto igual que la veremos cuando nos muramos, como hervor repugnante. Nos la ha representado con la amarga clarividencia del moralista que redacta, para alertarnos, una guía de descarriados. Y ahora no podemos saber si es una víctima contemplada por su verdugo; si es una víctima que se mira a sí misma en el espejo de la muerte. Esta cabeza viene rodando sobre las piedras de los ríos. Se ha ido astillando poco a poco durante el viaje interminable. Y aún le faltan muchos siglos errantes para llegar a su final, para no alcanzar nunca su final. Esta cabeza se ha cubierto de ceniza de campana, de párpados de ascua. Es una fruta mineral, aletazo de fiebre, amarillez de calavera. Todo esto no ha ocurrido nunca. No va a ocurrir nunca, porque aquí, en el lado de acá de la laguna, no existe el tiempo, no existe la piedad. Podemos contemplar con indiferencia las figuras del otro lado del espejo. Con la misma indiferencia con que vemos sufrir al morado, al rojo, al verde; con que escuchamos las risas del amarillo o del celeste. Esta cabeza ha rodado, ha rozado, los lechos de los ríos. Es una larga nota de violonchelo que dura, y dura, y dura y nos da la impresión de una gaviota, inmóviles las alas, congelada en el aire. Una nota que se ha liberado de las cárceles del tiempo, se ha hecho espacio. Esta cabeza es sólo espacio, dolor de morado o verde, lágrima de amarillo, canto rodado, cabeza rodada, descolorida, tajada por un rayo de espada purificadora y piadosa.

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